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sábado, 13 de agosto de 2011

Natalia

¿Cómo era Natalia? Guapa. Guapa y, bueno, bella, por dentro, por fuera, nunca dejaba de serlo, quería ella ser bella, seguro, nunca lo cuestioné, aunque parezca extraño, ella hacia esfuerzos por ser bella, por dentro y por fuera, y ¿quién lo cuestionaba? nadie, pero aún así ella no podía dejar de ser bella, ni de otra manera, porque estaba condenada a extender su belleza, más allá de aqui, y por detrás de los alambres, pasando por el mundo, hasta llegar al cielo, y al infierno, hasta llegar allí y, adonde iba, nadie cuestionaba su belleza, tampoco entre otras pequeñas dulcineas, porque su carita blanca, y sus labios rojizos, pasionales y tiernamente amorosos, calientes también, como sus manos, y esas venas azules que en ellas se veían, también en sus pies, sí, sí, era muy bella, aquella chica, aquella pequeña dulcinea sobresaliente, y nunca lo cuestioné, y su belleza era tal que aún me despierto pensando en su espalda, que aparecía cada mañana delante mía, entre los dragones y los aviones de mis sueños, y también de mis pesadillas, y aquella, preciosa mujer, niña a veces, era preciosa, como jamás nadie había sospechado, ella existía, y brillaba, palpitaba, también conmigo, en la cama, en el sofá, en el suelo, frío o caliente, tumbados, ella brillaba y palpitaba, palpitaba mucho, más que cualquier otra hembra del mundo, frío o caliente, hacía el cielo o hacia el infierno, sus suspiros transportaban su hermosura, y sus largas piernas, por Dios, aún las recuerdo, junto con sus suspiros, se volvían frías y también más hermosas, joder, ya lo recuerdo, y Natalía se dejaba querer por mí, sencillamente eso, y nunca cambié de idea al respecto, trabajaría por ella años e infinitas vidas enteras, sólo para darle placer y hacerle sentir fea de vez en cuando, dentro de su belleza hermosamente infinita, por Dios, Natalia, por favor, si existes, dime dónde estás o adónde fuiste...

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