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sábado, 13 de agosto de 2011

De lámparas sobre estampado verde.

Hay cosas entrañables que uno tiene que respetar, de una manera o de otra, como, por ejemplo, el cuadro que tengo delante mía. Está torcido, el cuadro, pero nada me hace pensar que puesto así, accidentalmente, seguro, sea feo. Está ahí, esto es, que es correcto. Ese cuadro, al ponerse de lado, no ha explotado, ni ha causado víctimas de ninguna manera, no, ese cuadro, el cuadro que tengo delante, sigue ahí en su sitio, iluminado por una lámpara de luz anaranjada, o quizás amarillenta, pero intensa, muy intensa. No sé, que he bebido un poco y, bueno, los colores, no los éso muy bien, quiero decir, éso, que no los analizo del todo correctamente. Pero el cuadro sigue ahí, oiga, que yo he bebido, pero su espontaniedad, su floritura, su luz, su aura, su abrigo de tonos verdes, en mitad de la pared, roja, burdeo, no sé, está impasible, y a mi me tiene apasionado, completamente extraño y entrañado.

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