Cerré la puerta del frigorífico para no dejar salir el frío. Paradójicamente, abrí las puertas y las ventanas de la casa para dejar paso a las corrientes de aire, en pleno diciembre. En la calle, bueno, había bares abiertos, y gente tomando té que esquivaba el chaparrón. Podían ser las cinco de la tarde. Sí, casi seguro que eran las cinco de la tarde. Ese día había decidido no salir: me prometí escribir algunos relatos, o unos buenos poemas. Total, por ahí, callejeando, o de bar en bar, la náusea de la vida no me daría otras cosas que no fuesen relatos o poemas, que escribiría más tarde, en casa, sobre la colcha de la cama, con olor a camisón antiguo, aunque antiguo o no: camisón del tiempo, camisón de mujer joven, como un papel de regalo, un envoltorio, tal camisón, en fin, que deja su olor de miel virgen impregnado, a caso efímero, a caso simpatizante de mi amor enrabietado.
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